P. Ángel Moreno de Buenafuente.
Puede parecer una invitación algo sarcástica la propuesta que hoy nos hace la Palabra, si tenemos en cuenta el ambiente de inseguridad, violencia y miedo que se está extendiendo en la sociedad a causa del terrorismo.
P. Ángel Moreno de Buenafuente.
Puede parecer una invitación algo sarcástica la propuesta que hoy nos hace la Palabra, si tenemos en cuenta el ambiente de inseguridad, violencia y miedo que se está extendiendo en la sociedad a causa del terrorismo.
Pbro. Salvador M. González M.
Que la celebración del Adviento disponga nuestro corazón para acoger al gran Rey que se manifiesta en la debilidad y sencillez de un niño y así nuestra esperanza en su segunda venida, lleno de gloria y majestad, se vea robustecida.
NUEVO AÑO LITÚRGICO
La liturgia de la Palabra de este domingo obedece a que celebramos prácticamente el último domingo del Tiempo Ordinario, ya que el próximo será la fiesta de Cristo Rey. Por este motivo, se nos propone a consideración los últimos tiempos, y la perspectiva teológica del final de la representación de este mundo.
Los que han caminado por esta vida con la mirada puesta en el rostro luminoso de quien ha dado su vida por nosotros, no han tenido miedo al pensar en el encuentro con Cristo; por el contrario, han anhelado ese momento. Si ante el pensamiento de la vida eterna y del final de los días te intranquilizas, es una llamada a la confianza y al abandono en las manos de Dios, pero a su vez, también, a hacer el bien, porque al final será lo que nos sirva como título de bienaventuranza, gracias a la misericordia divina.
P. Ángel Moreno de Buenafuente.
A veces el texto del evangelista san Mateo se emplea para dictaminar quiénes son entre nosotros los justos, y quiénes los que se apartan del canon evangélico, recurso indebido, pues no nos pertenece juzgar a nadie, ni siquiera a nosotros mismos.
Sin duda que cada uno de los títulos por los que a algunos Dios los llamará “benditos”, se pueden aplicar a Jesucristo. Él es el Santo, el Bendito, el que nos ha mirado con corazón limpio, y se ha despojado de su rango, tomando la condición humilde de nuestra naturaleza. Jesús de Nazaret es el manso, el pacífico. Él ha padecido el juicio injusto, y ha sido perseguido hasta el extremo de ser condenado a muerte.
En Jesucristo tenemos el modelo de santidad, y es Él quien nos produce la sana emulación cuando nos invita al seguimiento, a tomar nuestra cruz y a ir detrás de Él, no como adeptos, sino como discípulos y verdaderos amigos suyos.
La santidad es una vocación bautismal, y a la vez un fruto por haber vivido la misericordia. En otro lugar del mismo Evangelio de san Mateo, se nos ofrece el veredicto divino, que eleva a bienaventurados a todos los que han practicado la misericordia con sus prójimos, aunque no lo hayan hecho por ser bautizados.
Si el verdaderamente Bendito es Jesucristo, también es el Misericordioso. En Él se nos revela el rostro de la misericordia divina. Quienes deseen seguir al Señor como discípulos y amigos suyos, tienen en las “Bienaventuranzas”, y en las “Obras de Misericordia” el código que deben seguir.
Tú y yo tenemos la llamada a ser felices, dichosos, y el Evangelio nos revela la forma de serlo ya en esta vida, de forma paradójica, porque los que pierden, ganan; los que lloran, reirán; los que se dan y se niegan a sí mismo por amor, se afirman. La prueba la tenemos en el Crucificado, Resucitado.
Una pauta para vivir la vocación esencial cristiana es creer en la persona de Jesucristo por habernos encontrado con Él, mantenernos confiados en su Palabra, y entregados al bien hacer por amor.
Y hoy, además, felicidades, porque también es tu santo, tu fiesta.
Pbro. Salvador M. González M. SNSJ
El tema de la riqueza siempre ha sido un punto de controversia entre los cristianos. ¿Será posible ser cristiano y rico a la vez? La experiencia nos muestra que hay muchos hombres muy ricos que se dicen cristianos; es más, en algunos momentos de la historia nos hemos encontrado con una Iglesia muy rica. ¿Cómo, pues, compaginar esta actitud de los cristianos y aquellas palabras de Jesús: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios…!” “Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que ha un rico entrar en el Reino de Dios!” (Mc 10,25).
En este punto la doctrina de Jesús siempre ha sido muy clara: “No pueden servir a dos señores… No pueden servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24). ¿Qué querrá decirnos Jesús con semejantes palabras? ¿Será la voluntad de Dios que los cristianos vivamos en la miseria y que no poseamos bienes materiales? Y entonces ¿Cómo compaginar la idea veterotesmentaria de que la bendición de Dios se manifiesta precisamente en la abundancia de bienes materiales?
Para Jesús las cosas materiales son buenas y los hombres deben disfrutarlas como un regalo de Dios (de hecho el Evangelio nos dice que él mismo así lo hace). Es precisamente por esto por lo que Jesús condena brutalmente a los ricos y maldice a los hombres que acaparan y poseen más de lo que necesitan para vivir mientras que hay hermanos suyos que mueren de hambre. En su proclamación del Reino Jesús anuncia la desaparición de la pobreza, el dolor, del llanto del hombre. Poseer bienes de sobre mientras que hay hermanos que mueren de hambre es un atentado contra El Reino de Dios. En este sentido la parábola del rico y el pobre Lázaro es muy iluminadora (cf. Lc 16,19ss).
La riqueza despierta en nosotros la necesidad insaciable de tener más y más… El Divino Maestro ha visto con profundidad que la riqueza fácilmente ahoga en el hombre los deseos de libertad, justicia y fraternidad que nacen desde lo más profundo de nuestro corazón. La experiencia nos muestra que la riqueza endurece a los hombres y los insensibiliza a las necesidades de los demás. Y lo que es peor, hay algunos que son capaces de matar con tal de poseer los bienes del prójimo (pensemos por ejemplo en los asaltantes, secuestradores, narcos, etc.). Es por eso que Jesús señala que aunque el rico viva una vida piadosa e intachable, algo esencial le hace falta para entrar en el Reino de Dios. Algo falla en nuestra vida cristiana cuando somos capaces de vivir disfrutando y poseyendo más de lo necesario, sin sentirnos interpelados por el mensaje de Jesús y las necesidades de los pobres.
La comunidad cristiana primitiva así lo entendió como lo testifica el evangelio apócrifo de los nazarenos en su versión de este pasaje: “Le dijo el segundo de los hombres ricos: Maestro ¿Qué he de hacer para vivir? El le dijo: Haz lo que está mandado en la Ley y los Profetas. El otro respondió: Ya lo he hecho. El le dijo: Entonces ve, vende lo que posees y repártelo a los pobres y sígueme. Entonces el rico comenzó a rascarse la cabeza, pues no le gustó nada en absoluto. Y el Señor le dijo: ¿Cómo puedes decir: he cumplido lo que está en la Ley y los Profetas? Pues en la Ley está escrito: Debes amar a tu prójimo como a ti mismo. Y mira: muchos de tus hermanos, hijos de Abraham, van cubierto con harapos inmundos y mueren de hambre, mientras tu casa está cubierta de bienes, y no sale nada de ella para ellos”.
El ideal cristiano es poseer sólo lo necesario para vivir con dignidad (eso es lo que pedimos a Dios cuando rezamos el ‘Padre nuestro:’ “Danos hoy nuestro pan de cada día”). No podemos considerarnos auténticos cristianos si somos capaces de poseer más de lo necesario sin sentirnos interpelados por la pobreza de nuestros hermanos.
“Entonces, ¿Quién podrá salvarse?” exclamaron los discípulos. “Es imposible para los hombres, respondió Jesús, más no para Dios. Para Dios todo es posible.” Con esto no quiere decir Jesús que Dios puede hacer que un rico entre con su riqueza al cielo, sino que puede cambiar el corazón del hombre para que comparta su riqueza con los pobres. De hecho, en la comunidad primitiva, todos compartían sus bienes y entre ellos ninguno pasaba necesidad (Act. 4, 32-37). El ideal del Reino era una realidad.
El Evangelio de hoy viene a cuestionarnos sobre nuestra actitud ante los bienes de este mundo. Ojalá, que a diferencia del joven rico, nosotros sí estemos dispuestos a seguir a Jesús por el camino del amor y de la solidaridad y a comprender lo que la sabiduría popular ha hecho canción: “Para qué quiero tener diez, si sólo sé contar hasta tres.” En realidad son muy pocas cosas las que necesitamos para vivir. Cuando entendamos esto habremos adquirido la sabiduría de la vida y las puertas del Reino estarán abiertas para nosotros.
P. Ángel Moreno de Buenafuente.
LA VERDADERA SABIDURÍA
¿Quién no desea acertar en la vida? Es una pregunta que se plantea no solo en el momento de escoger una carrera o elegir un trabajo; es, sobre todo, la cuestión esencial al optar por la forma de vida que identifique la propia historia, aunque, por distintos motivos, a lo largo de la existencia cabe replantearse la opción. A veces se hace por haber caminado de manera errada y en otros casos por tentación, cuando se pasa alguna dificultad o crisis.
Se acercó un joven al Señor: -«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?» (Mc 10, 18) Es la pregunta existencial más importante. Quizá no es la preocupación más habitual entre nosotros, por estar inmersos en los afanes de este mundo, pero en definitiva debería ser lo que más nos importara.
Suelo afirmar, cuando acompaño a alguien en algún discernimiento, que la opción de vida no es un proyecto, sino una obediencia. El camino que debemos recorrer no debería responder a nuestra imaginación o deseos, sino a la llamada recibida, a la voluntad de Dios. De aquí lo importante que es conocer la vocación personal contrastándola con la Palabra de Dios, los signos y acontecimientos, la mediación objetivadora, con la ayuda de la oración y la súplica al Espíritu Santo.
Para conocer el querer de Dios para cada uno, la lectura de hoy nos aconseja recurrir a la oración: “Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría” (Sb 7,7). El salmista incide en lo mismo, y en la misma clave pide el don de la sensatez: “Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato” (Sal 89).
Tengo la seguridad de que Dios no oculta su voluntad al que quiere llamar para sí. “Todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas” (Hbr 4, 13). Y no puede permitir que estemos vocacionados para algo que Él desee de nosotros, y no lo descubramos.
Puede suceder, que no obstante que seamos consciente de la llamada y nos dé pereza seguirla, o estemos afectados por otras realidades y tengamos miedo a la radicalidad. Jesús respondió a los discípulos: -«Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más-casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones- y en la edad futura, vida eterna.» (Mc 10, 18.29-30).
La razón de seguir la llamada no debiera ser la especulación del ciento por uno. Jesús, sin embargo, conoce nuestra naturaleza, y sabe lo que nos cuesta fiarnos de lo que no vemos. Pero es seguro que quien se fía de Él no quedará defraudado, no solo por heredar la vida eterna, sino en este mundo.
Atrévete a seguir a Jesús en aquello que creas es de su agrado, aunque te cueste.
P. Ángel Moreno de Buenafuente.
En la soledad del primer hombre se detecta la razón de la experiencia agustiniana: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Y de la enseñanza teresiana: “Solo Dios basta”.
P. Ángel Moreno de Buenafuente.
EL AMIGO DEL ALMA
Dios hizo al hombre a imagen suya, del polvo del suelo y del aliento divino. Todo ser humano guarda en su interior la semejanza con su Creador. Por el bautismo, se nos regala el don del Espíritu, que nos permite invocar a nuestro Hacedor como Padre.
El Espíritu del Señor se derrama sobre el corazón de los fieles con el don de Sabiduría, y va haciendo Amigos de Dios y profetas. De muchas maneras se manifiesta en las criaturas la fuerza de lo alto, en algunos casos con dones especiales.
Una prueba de que el don es del Espíritu es si se manifiesta con humildad. De aquí la oración del salmista: “Preserva a tu siervo de la arrogancia, para que no me domine” (Sal 18). Porque cabe el riesgo de engreírse por los dones que no vienen de nosotros, sino que nos los ha dado Dios para servicio de los demás.
Las lecturas de este domingo nos sorprenden con la revelación de la acción del Espíritu, no solo sobre quienes oficialmente se presentan como ministros ordenados, sino sobre el pueblo de Dios, y no solo sobre quienes están bautizados, sino sobre todas las personas de buena voluntad.
Jesús, dice a los apóstoles ante su alarma al enterarse de que personas que no son del grupo de los discípulos oficialmente manifiestan dones especiales: -«No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro” (Mc 9, 38-43).
Algo semejante sucedió en tiempo de Moisés, cuando reposó el Espíritu de profecía sobre los que estaban en la tienda del encuentro, y también sobre quienes no estaban. Alguno pensaba que eso no debía consentirse, pero Moisés respondió: -«¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!» (Núm 11, 27-29).
Demasiadas veces quienes pertenecemos a la Iglesia podemos reaccionar a la manera de los discípulos, como si tuviéramos el monopolio del Espíritu. En los tiempos apostólicos, san Pedro se sorprendió de que personas no bautizadas actuasen sin embargo movidas por el Espíritu Santo.
Curiosamente, cuando Israel estuvo deportado y vivió el exilio de Babilona, fueron reyes paganos los que decidieron restaurar el templo de Jerusalén y posibilitar el retorno de los israelitas.
Por la enseñanza que hoy nos ofrece el mensaje revelado, debemos abrirnos a la esperanza, porque la Iglesia la dirige el Espíritu del Señor. El axioma evangélico: “El que no está contra nosotros está a favor nuestro”, nos debe infundir ánimo, porque hay muchas personas de buena voluntad, generosas, serviciales, solidarias, buenas, que manifiestan, aunque no lo sepan, la presencia del Espíritu en ellas.